Escribiendo hablo y callo al mismo tiempo.
Aprendí a callarme la boca, a contener el chisme.
Aprendí a cerrar la boca justo a tiempo, a morderme la lengua.
No hay que decir cualquier cosa, a cualquiera, en cualquier momento.
Nadie entiende, todos hablan. Todos miran con sus ojos saltones.
Subo al bondi y siento que me clavan sus miradas.
Me río por dentro, bien les gustaría, bien les gustaría pero no tienen los huevos.
Yo construyo cosas y bien sé porque lo hago.
Tengo bases firmes aunque no pueden verlas.
Por eso callo.
Ven en mi puro capricho.
Mientras abrazo más el libro contra el pecho.
Y pienso que estoy en la “ruta del heroísmo”.
Confío en algo que nace desde adentro, algo que se agita en las masas como un murmullo.
El murmullo de la ciudad y las primeras banderas rojas se levantan.
Algo recorre las calles como un viento nuevo.
Algo se gesta en los lugares más insospechados.
Se esta tramando algo entre la minoría de inadaptados.
No hablamos de ello, pero lo sentimos.
Algo nos recorre el cuerpo.
Una sangre nueva, viva, nos revitaliza, nos agrava la voz, nos hace gritar más fuerte.
Parece que vamos sin rumbo, pero no.
Dentro del caos tenemos nuestras propias reglas.
Engendramos muerte y vida.
Es que tenemos que matarnos todo el tiempo.
Tenemos que matar todo lo que se oponga a la vida.
Cuchillo en mano salgo a la calle, despeinada y de sobretodo negro.
Nadie me intercepta porque para ese entonces me he camuflado lo suficiente.
La policía no me detiene porque he devenido nadie.
Y no pueden detener a quién no es nadie, no pueden detener un algo sin rostro.
Ellos, necesitan imperiosamente un número, nombre, documento.
Devengo nada.
Y nado imperceptiblemente por la ciudad.
Me he matado y ahora vivo en el tumulto sin que el tumulto me vea.
Algo recorre mi cuerpo, libertad, y me siento flotar entre la gente.